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III CONGRESO NACIONAL DE LA SOCIEDAD CIVIL (RE/GENERAR ESPAÑA)

Wizink Center, Madrid, 27 de abril de 2023

Daniel Berzosa (Puntos esenciales)

  • A España le corresponde, por su propia historia, un liderazgo europeo y en torno a la cuenca del Mediterráneo.
  • Hay que buscar gente que empuje y que haga posible ese liderazgo imprescindible para España y por la Unión Europea y para la Unión Europea de España en Europa y de España ante una política mediterránea.

Quiero agradecer la invitación a participar y a todos los asistentes.

Ni Europa, hasta Escandinavia y Rusia, ni el Mediterráneo por entero se explican sin España desde Tartessos, es decir, desde 1200 años antes de Cristo, año arriba, año abajo. O, desde hace 3223 años hasta hoy. Ante tal evidencia, los españoles tenemos mucho que aportar como primer país europeísta que, además, necesita la integración europea.

El tema de esta mesa pretende afrontar dos aspectos que merecerían dos mesas. Pues cabe perfectamente reflexionar sobre la primera cuestión (si cabe un liderazgo español en Europa), al margen de la segunda (si tiene sentido una política mediterránea). Desde luego, se debe responder de forma afirmativa a ambas cuestiones. Pero, dado que se nos ha convocado con esta doble cuestión fusionada, advierto ya a nuestra honorable audiencia que me moveré en ese marco sugerido por la organización del congreso entre un potencial liderazgo español europeo y una potencial política mediterránea española y europea, y viceversa.

Desde el punto de vista de lo que significa la Unión Europea, una unión europea, y de una política mediterránea, se debe partir —y más en el tiempo actual— de una consideración general estratégica. Insisto en el concepto de estratégico. Es basal, nuclear. Se trata de un axioma, que dicen los matemáticos, es decir, de una verdad del barquero. No es un teorema o verdad matemática que haya que demostrar. Es algo esencial; de suerte que, si no se acepta, cualquier planteamiento que se siga de él, estará errado.

En el caso de Europa no parece haber duda. Europa es Occidente. Pero, en el caso del Mediterráneo, esto es, de las naciones que se han constituido y viven en torno a sus orillas, se impone una pregunta. ¿Son parte del mundo occidental? ¿Sí o no? ¿Quieren ser parte del mundo occidental, aunque sea de forma sui generis? ¿Sí o no? Esta es la cuestión estratégica que hemos de tener encima de la mesa. Y, a partir de ahí, se podrá construir una u otra política mediterránea. Que, en todo caso, es imprescindible.

Y aquí, históricamente, hay algo decisorio o divisivo o diferenciador. Hasta el siglo VII, la civilización, interiorizada o directriz, era la misma en todas las orillas del Mediterráneo. Desde entonces, no lo es. Esto se debe tener en cuenta, y de esto se debe partir también para comprender de forma correcta las relaciones entre las comunidades que se abalconan al Mare Nostrum para poder plantear una correcta dirección política del asunto. No se puede tratar de forma unívoca, unilateral (cristiana o musulmana), sino convergente, compartida en los elementales de un problema, de una relación. Si las partes no están de acuerdo en un mínimo común es imposible acordar nada.

Como ya he dicho que una política mediterránea es necesaria —aun por inevitable— para España y para la Unión Europea, la oportunidad que se brinda deberá integrar las diferencias civilizatorias y centrarse en las necesidades existenciales compartidas. Dicho de otro modo; aunque los estados del Mediterráneo no participen —como no lo hacen— de los mismos valores exactamente que los estados de la Unión Europea, sí comparten algunos de ellos o, al menos, los mismos intereses de preservación de sus comunidades nacionales frente al nuevo mundo geopolítico que, con dolores de guerra, se está alumbrando.

En definitiva, España, por su propio interés y en interés de la Unión Europea, y esta misma (incluidos los estados escandinavos y los preocupados de forma especial con Rusia), debe ayudar a entender a los demás miembros de la Unión que hay que aproximar sólidamente al mundo europeo, a Occidente, a los estados de la ribera mediterránea que compartan unos mínimos intereses estratégicos o existenciales, o de ambas clases, frente a los que han decidido alinearse con el nuevo eje rector del mundo (China, Rusia et alia). Debe tenerse presente que, si bien China y Rusia participan del anhelo de la revisión del actual orden mundial, distan en la definición del nuevo orden emergente.

Para esto, se necesitan evidentemente agentes en el propio territorio que estén a favor de esta visión. Agentes muy activos, y muy determinantes, a favor de una asociación o coordinación con la Unión Europea. Y esta debe estar especialmente concernida en que dicha ordenación de todo el Mediterráneo, en el sentido de una concordia de estados sobre unas bases comunes, que, por extensión, por anticipación territorial, deben llegar hasta su retaguardia en los países del Sahel, es fundamental para su propia subsistencia y del orden occidental. Cuanto mayor sea el diálogo entre la Unión Europea y los otros países del Mediterráneo tanto mejor para influir sobre esas cuestiones. Y, en esto, España debe desempeñar un papel decisivo por su historia y su proximidad.

En esta cuestión, se está en un momento decisivo por tres motivos. En particular, para España, por sí misma y por el que debería ser su papel en la Unión Europea. Y esto no puede tratarse como una aproximación académica, ni desde presupuestos patéticos, sino como fruto del cambio político que está experimentando el mundo entero.

Primer motivo. La revolución tecnológica y digital que estamos viviendo es de tal envergadura, de tal velocidad y de tal intensidad que, inevitablemente, va a provocar unas brechas entre países desde el punto de vista social y cultural de una manera espectacular e impresionante. Pero aún más entre los países de uno y otro lado del Mediterráneo.

Segundo motivo. Las cuestiones económicas y sociales deben volver al centro del debate político, pese al calamitoso populismo desparramado. Desde el año 2014, se está produciendo un retroceso económico y social. Si hasta entonces y durante un decenio, hablamos de cómo muchísimos millones de personas salieron de la pobreza; desde entonces, estamos haciendo la cuenta de cuántos han vuelto a la pobreza o cuántos han vuelto a la extrema pobreza. El crecimiento económico ha de ser el elemento principal para, luego, intentar hacer un reparto razonable. La actual dinámica conduce a castas de súper ricos frente a unas masas empobrecidas. Si no hay crecimiento, no se puede repartir. Y si esto no es posible, las sociedades tampoco serán más justas, ni podrán progresar.

Tercer motivo. El mundo se está fragmentando hacia una ordenación en bloques. Esto puede terminar en una guerra fría o en una guerra más caliente o en una coexistencia. Y todo país debe decidir dónde va a estar, dónde quiere estar y con quién quiere estar. Estratégicamente, este motivo trata de la presencia de China y Rusia en el mundo. Con China como el nuevo gran actor mundial. Basta con recordar la reciente visita del líder chino a Moscú o la llamada que ayer mismo aquél hizo al presidente de Ucrania. O al hecho de que China haya sido recientemente el agente del acercamiento entre Irán y Arabia Saudí.

Ante estos hechos, la Unión Europea debe ordenar su idealismo o, si se prefiere, dogmatismo dirigente frente a los países del Mediterráneo (y los otros de la Tierra, naturalmente), y, por ejemplo, construir infraestructuras en lugar de impartir conferencias. Es un hecho probado que, entre la construcción de un aeropuerto y la celebración de una conferencia, cualquiera se queda con quien le construye el aeropuerto.

No hay duda de que la Unión Europea tiene sus propias tensiones internas. Propias, porque es un ente político vivo y porque aún está digiriendo el Brexit; y externas inmediatas, porque sigue la guerra de Ucrania.

Ante esto, el deseable y deseado liderazgo de España en la Unión Europea y ante una política mediterránea está desvaído. España se encuentra en una dinámica que es difícil de explicar o fácilmente explicable. Dicho de la forma más sencilla posible: hemos perdido parte de nuestras posibilidades; porque hemos desordenado la casa. Y esto debe reorientarse sin más tacticismos de política interna. España alberga la población más europeísta; nuestra diversidad interior nos permite liderar una Europa diversa; disponemos de una sociedad civil potente; y hay un cierto consenso entre las dos fuerzas mayoritarias respecto de las políticas europeas. La sociedad española en su conjunto quiere más Europa y ocupar más espacios en ella.

China sabe muy bien lo que quiere. Quiere materias primas. Rusia sabe muy bien lo que quiere. Fastidiar a Occidente y, por tanto, a la Unión Europea. Y los españoles, los europeos, ¿qué queremos?

Lo decisivo es lo que queremos hacer. No solo preguntarnos dónde podemos ir o dónde queremos ir como nación, sino de asumir la voluntad política de la dirección a donde se quiere conducir a ese país. En nuestro caso, a España, a la Unión Europea.

Pese a lo que parece y algunos equivocadamente o a propósito diseminan, la Unión Europea y los Estados Unidos están totalmente alineados, más que nunca, en un conflicto muy preocupante, como es la guerra de Ucrania. Que ha saltado también al otro lado del Mediterráneo muy cercano a España. Con Marruecos aliado con Estados Unidos y Argelia aliada con Rusia y, por tanto, con China.

La Unión Europea y los Estados Unidos están mucho más alineados de lo que parece en la gran competición entre éstos y China. Incluso mucho más alineados de lo que puede parecer cuando un dirigente europeo, por estupendo que sea, habla de autonomía estratégica de Europa. Porque, para hablar de esto, además de cierta apostura, hay que tener una población pujante, una economía pujante, un poder militar pujante, una capacidad tecnológica pujante… Y si no se tiene, pues todo eso queda en —permítaseme la expresión coloquial— chauchau.

En este punto, quiero hacer una referencia a la OTAN en relación con un posible liderazgo de España en la Unión Europea y respecto de una política mediterránea. Por una parte, se está generando un reforzamiento del mundo occidental y, por consiguiente, del europeo, a causa de la invasión de Ucrania. Y, por otra parte, no hay duda de que el esquema estratégico territorializado de la OTAN ya no tiene sentido. El mundo de la guerra y la postguerra fría se ha terminado. Ahora estamos en otra dimensión. Hay que revisar la política en cuanto a la seguridad, a la defensa, a la economía, a la energía. Las instituciones que son en primera instancia de seguridad tienen que ser repensadas.

Pues bien, si el mundo se está reordenando en forma de nuevos bloques, uno de los cuales es Occidente, en donde está la Unión Europea, en donde está España, y, por supuesto, Estados Unidos y confiemos en que las naciones de Iberoamérica, aquél tiene que aceptar a cualquier país del mundo que quiera pertenecer a él, con independencia de su situación geográfica y aun cuando no lleve a efecto perfectamente los valores democráticos, si existencial y políticamente no desea formar parte de otro bloque y está dispuesto a enfrentarse, a resistir las acometidas del otro o de los otros bloques.

La OTAN, con éste o refundada denominación y sigla, debería ampliarse más allá de sus actuales y anticuados límites geográficos, y por lo que respecta al Mediterráneo, no solo abrir la posibilidad de formar parte a Israel (acabo de señalar que China ha sido el agente mediador entre Arabia Saudí e Irán), sino a también Marruecos. Ojalá se integraran Japón y la India. En cuanto a Marruecos, vistos los acuerdos privilegiados de este país con Estados Unidos, y el propio giro de la diplomacia española, en el contexto de reorganización de mundo, podrían ser de una muy positiva sinergia a ambos lados del Estrecho. Algo así como Grecia con Turquía, cuya enemistad y beligerancia son mucho más antiguas (ahí está Chipre), pero que se ven ordenados por su alianza militar. Podría ser una oportunidad para estrechar las relaciones entre España y Marruecos, y sumarlo como aliado claro de España, la Unión Europea y Occidente.

Esto que digo no solo lo hago desde elemento de la seguridad, que es obvio, sino desde las sinergias potentes en los demás ámbitos que se podrían generar.

La Unión Europea es mucho más poderosa de lo que podemos imaginar. Acaso también fruto de las dificultades de los regímenes democráticos, donde las decisiones se toman mediante la discusión y el pacto, y no mediante la imposición de un autócrata, sea personal o en forma de partido político. Occidente y la Unión Europea tienen muchas más capacidades de las que reconocemos, lamentablemente. Sucede que hemos perdido el rumbo político en nuestras sociedades, en los dirigentes que hemos elegido de un tiempo a esta parte. Se ha perdido u opacado la comunidad de propósitos, de objetivos mínimos o máximos compartidos donde se reconoce toda sociedad, cualquier país o comunidad política en una línea histórica.

Ahí, España sí tiene una oportunidad de trabajo; sí puede actuar realmente en el mundo mediterráneo. Hoy, más que nunca, España debería jugar un papel decisivo en el Mediterráneo, en la propia construcción de una nueva relación de ella con los demás países y de la Unión Europea con estos. Para eso, España tiene que estar bien presente en Europa, al tiempo que debe tener una relación muy de confianza con Estados Unidos.

Creo que, en España, hay personas muy inteligentes y capaces, y con su concurso, tenemos que decidir qué es lo que queremos hacer y qué es lo que podemos hacer. No importa que haya muchas cosas por hacer. Cada uno hará las que les corresponda. Pero, entre todos juntos, hemos de fijar, empujar y luchar por propósitos comunes, por objetivos compartidos en beneficio de todos; de España, de la Unión Europea y de los países del Mediterráneo.